martes, 13 de diciembre de 2011

Revisita




Nadie la injuria. Los insultos se mueren de vergüenza, los elogios no incomodan. Nadie le falta, siquiera un poco, el respeto. Es ya una desdentada que muerde débil. Como si no fuese una atrocidad no tener colmillos que lucir.
Acaso perdió la memoria; todo lo que adentro llevaba. Los países lejanos, los pueblos del derrumbe, los barcos, los mares que la quiebran. Las siestas provincianas. Los mansos recorridos. La América pobre. La vieja Europa, la estridencia porteña. Los recodos, delirios, amantes, batallas perdidas. Las estafas tempranas, los inútiles consuelos. Los motivos de la risa y los dedos que apuntalan.
No tiene más promesas. Nadie va a venir a reclamarle el futuro. Es eso. Nadie mentirá su pasado. Nadie escupirá las certezas que dejó caer en las veredas.
Ni los tilos de la diagonal le regalarán sus hojas.

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